Si hay una imagen que captura la psicosis de esta campaña, tiene que ser Donald Trump conduciendo un camión de basura.
Se puso el chaleco naranja y habló con los periodistas después de que un error de Joe Biden pusiera a Kamala Harris a la defensiva.
Y esto fue después de un mitin de Trump satisfecho de insultos profanos, incluido un cómico que se burló de Puerto Rico como una isla de basura flotante.
Y eso, a su vez, siguió al espectáculo del expresidente cocinando unas patatas fritas en McDonald’s, donde positivamente le gusta tomar.
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Pero todo esto se desarrolla en el contexto de la carrera más fea y quizás más divisiva en la historia de Estados Unidos, en la que cada lado acusa al otro de ser un peligro para la democracia.
Y el ajuste de las encuestas –suponiendo que no vuelvan a estar equivocadas– ha creado una sensación de drama casi apocalíptica, con muchos votantes preocupados por la violencia postelectoral si Trump pierde.
Luego de todo, Trump ha sobrevivido a dos juicios políticos, los disturbios del 6 de enero, cuatro acusaciones penales, una condena y dos intentos de homicidio. Ha pasado los últimos cuatro primaveras insistiendo, a pesar de numerosas demandas fallidas, en que le robaron las últimas elecciones.
¿Puede acontecer más de 500 votantes en los seis o siete estados indecisos que no tengan una opinión sólida sobre él, positiva o negativa?
En cuanto a Harris, fue una vicepresidenta relativamente impopular que se vio envuelta en una carrera de 100 días cuando los demócratas presionaron a Biden para que dimitiera. Ella triunfó en la convención, pero se escondió de los medios (eso ahora ha cambiado), pero siguió ateniéndose a los temas de conversación y no fue mucha comunicación.
Es más, Harris sería la primera mujer presidenta –y, por supuesto, mujer de color– en obtener la presidencia en un país donde algunos hombres, especialmente los negros, se muestran reacios a dar ese paso.
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Nunca he presenciado tal quebrada en la cobertura como en 2024, ni siquiera cuando Barack Obama se postuló por primera vez para la Casa Blanca. La cobertura de Kamala varía desde entusiasta hasta efusiva, con un recuento corto incluso cuando hace afirmaciones falsas. La cobertura de Donald es abrumadoramente negativa, hasta las comparaciones con Hitler, que la prensa ha impulsado durante primaveras, incluso ayer de que John Kelly dejara constancia de sus acusaciones.
No es difícil percibir la frustración en la prensa porque la alivio de la riqueza no está ayudando a Harris, especialmente con la comunicación de que la inflación ha caído al 2,1 por ciento.
El New York Times dice que los votantes se sienten “relativamente tristes” acerca de la riqueza, con el “pesimismo persistente… El mercado sindical ha ido avanzando, aunque más lentamente, el crecimiento global ha sido saludable e incluso la inflación ha vuelto más o menos a la normalidad”.
Un columnista del Wall Street Journal dijo ayer que el próximo presidente heredará una “riqueza sobresaliente”, pero que el 62 por ciento de los encuestados la calificaron como “no tan buena” o “mala”.
En global, hay un retraso en la percepción pública, como cuando George HW Bush lo encontró cuando habló de mejoras económicas en 1992, pero perdió delante Bill Clinton.
En este entorno sobrealimentado, cada error cuenta.
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Trump, hablando de los criminales que cruzan la frontera ilegalmente, dijo: “Les dije a las mujeres que seré su protector. Ellos [his advisers] dijo: ‘Señor, por chispa no diga eso’. Bueno, lo haré, les guste o no a las mujeres”.
Eso suena desafortunado, y Harris dijo ayer que es “muy ofensivo para las mujeres”, incluso en lo que respecta al control de “sus propios cuerpos”.
Todo lo cual nos retrotrae a los últimos días. Cuando cada hora cuenta, cada distracción es costosa. Si estás explicando, estás perdiendo. Si juegas a la defensiva, no puedes sumar puntos en el tablero.
El mitin de Trump en el Madison Square Garden se vio empañado por discursos racistas y misóginos, cuya cobertura eclipsó totalmente su discurso. Lo que más llamó la atención fue el comediante Tony Hinchcliffe y su simulación a Puerto Rico. El podcaster Joe Rogan dijo que escuchó el chiste el día previo y le dijo al cómico que habría una gran reacción. Pero el mandato de Trump no había examinado a los oradores.
Cuando Harris, lógicamente, denunció el verbo “basura”, Trump se subió al camión de saneamiento adornado con su nombre.
Biden ha estado perjudicando la candidatura de su vicepresidente con una serie de errores. Primero dijo de Trump: “Enciérrenlo”. Entonces el presidente espetó que “la única basura que veo flotando por ahí son sus partidarios”. Tropezó ayer de ampliar que se trataba de la “demonización de los latinos”.
Castigar a los votantes del otro lado es lo peor que se puede hacer, como aprendió Hillary Clinton hace ocho primaveras. Eso ahogó la cobertura dispuesto de su discurso en el Ellipse –diseñado a su vez para reverberar el discurso de Trump del 6 de enero– y fue el foco de las preguntas de los periodistas a la mañana subsiguiente.
Harris se distanció y dijo que Biden había aclarado sus comentarios y que ella nunca criticaría a los votantes que no la apoyan. Un periodista de NBC volvió a preguntarle al respecto ayer.
El breve paso de Trump por McDonald’s tuvo como objetivo resaltar su afirmación de que Harris nunca trabajó en uno durante la universidad, como ella ha insistido. Fue una táctica brillante y su lado debería acontecer conjurado primero.
El escritor de National Review, Noah Rothman, dice que los candidatos simplemente se están “troleando” entre sí, presentando a los votantes “una opción entre dos campañas irritantes y consumidas por frivolidades”.
Yo discreparía en el punto principal. El objetivo de una campaña es que los votantes evalúen cómo se desempeñan los candidatos bajo presión, ya que nadie sabe qué crisis pueden surgir. La forma en que reaccionan delante los ataques, las maniobras y las entrevistas nos da una idea de su capacidad de respuesta rápida que va más allá de las posiciones políticas, especialmente en una encrucijada tan reñida.