Por el bien de los valores británicos, nunca se debe permitir que Shamima Begum regrese

David Haines, Alan Henning, James Foley y Steven Sotloff. Cuatro nombres grabados en nuestra memoria colectiva, perdidos por la brutalidad del EIIL en Siria en 2014. Sus asesinatos no fueron solo tragedias personales sino actos de barbarie que conmocionaron al mundo. El dolor de sus familias es incuantificable, sus vidas extinguidas por un régimen que representó el punto más bajo de la depravación humana. Es nuestro deber recordarlos y asegurar que su sufrimiento no haya sido en vano.

El colección Estado Islámico dejó un rastra de devastación de capacidad asombroso. Entre 2002 y 2015, ISIL asesinó a 33.000 personas, hirió a 41.000 y secuestró a 11.000 más. En su apogeo en 2014, este llamado califato controlaba una franja de departamento en Siria e Irak del tamaño de Corea del Sur. Incluso posteriormente de su colapso territorial, la cometido terrorista del EIIL persiste. En 2022, fue responsable de más muertes por terrorismo que cualquier otro colección a nivel mundial. Su memorándum era inequívoca: dominación territorial, gobernanza bajo una interpretación draconiana de la Sharia y la aniquilación de todos los que se opusieran a ella.

Fue en este horno de violencia y fanatismo donde Shamima Begum, una colegiala de 15 primaveras de Bethnal Green, entró voluntariamente en febrero de 2015. Luego de engañar a sus padres y robar el pasaporte de su hermana, la estudiante sobresaliente abordó un avión desde Gatwick a Estambul, de camino a Siria. Se unió al EIIL, juró franqueza a su causa y se casó con un combatiente del EIIL. Durante los siguientes cuatro primaveras, permaneció incrustada en este Estado terrorista, perdiendo tres hijos en el proceso.

La difícil situación de Begum ha provocado un debate apasionado, y muchos argumentan que era demasiado tierno para comprender sus acciones, que fue explotada y traficada, que ya ha sufrido suficiente y que ella es “nuestro” problema. Estos argumentos, aunque emocionalmente convincentes, fallan cuando se los confronta con la sombría sinceridad de lo que implica la ciudadanía británica y la amenaza duradera que representa Begum.

La ciudadanía no es simplemente un status legítimo; es un pacto, un acuerdo mutuo que vincula a los individuos con la nación y sus títulos. Traicionar ese pacto tan atrozmente como unirse a una estructura terrorista dedicada a la destrucción de Gran Bretaña es perder el privilegio de la ciudadanía. Permitir el regreso de Begum deshonraría los sacrificios de los soldados británicos que lucharon y murieron para preservar nuestras libertades. Enviaría un mensaje al mundo de que nuestros títulos pueden ser pisoteados con impunidad.

La colchoneta jurídica que subyace al caso de Begum es inequívoca. En 2019, el entonces ministro del Interior, Sajid Javid, la despojó de su ciudadanía, intrepidez confirmada por la Corte Suprema. La evidencia presentada por el MI5 fue convincente: Begum planteaba un aventura de seguridad claro y presente. Este aventura se consideró inmanejable en el Reino Unido, por encima de las consideraciones sobre su existencia o las denuncias de manejo. No fue una intrepidez tomada a la ligera sino basada en la obligación primordial de proteger las vidas británicas. Habiendo trabajado con el MI5, apoyé incondicionalmente su evaluación.

Todavía es importante atracar el argumento de la apatridia. Los críticos afirman que privar a Begum de su ciudadanía británica la deja sin hogar. Si admisiblemente esta es sin duda una consecuencia dura, no se impone arbitrariamente. El Tribunal concluyó que los riesgos de seguridad que ella planteaba superaban cualquier propaganda de los beneficios de la ciudadanía. La apatridia es una condición importante, pero el Reino Unido no tiene la obligación de extender los privilegios de ciudadanía a las personas que se alinean con el terrorismo. Actualmente hay 4 millones de apátridas en todo el mundo: reciben apoyo de las agencias pero no disfrutan de los beneficios de la ciudadanía. Ningún país debe la ciudadanía directamente.

Las propias palabras de Begum brindan una visión aterrador de su forma de pensar. Ha justificado el atentado con munición en el Manchester Arena como “represalia”, una exposición que subraya la alineamiento ideológica que mantuvo con ISIL. Si admisiblemente no se puede ignorar su lozanía en el momento de su partida, ello no la exime de responsabilidad. Tomó su intrepidez a sabiendas y mantuvo su franqueza durante cuatro primaveras. Estas no fueron las acciones de alguno coaccionado sino de alguno comprometido.

El caso de Shamima Begum no es sólo una cuestión jurídica sino pudoroso y franquista. Permitir su regreso sería socavar la integridad de la ciudadanía británica y poner en peligro la seguridad del sabido. Traicionaría la memoria de quienes han perecido a manos del EIIL y de los soldados que lucharon para desmantelar su terror.

La historia de Begum es una advertencia, un crudo recordatorio de los peligros de la radicalización y las devastadoras consecuencias de decisiones equivocadas. Pero incluso es una cadena en la arena. Por nuestra seguridad, por nuestros títulos y por la memoria de aquellos que perdimos, nunca se debe permitir el regreso de Shamima Begum. El costo de nuestra vigilancia es suspensión, pero el precio de la complacencia es mucho decano.

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