Recientemente visité las oficinas de la Cámara de Comercio de Aberdeen y Grampian. En el corazón de la hacienda energética de Europa, aparentemente deberían tener muchos motivos para estar seguros.
Rodeadas de empresas que desarrollan nuevas tecnologías energéticas, hogar de una de las fuerzas laborales más calificadas del mundo y al borde de una cuenca de petróleo y gas en un momento de auge en la producción de petróleo y gas (a principios de este año, la producción de petróleo y gas de Estados Unidos rompió récords, mientras que el aumento de los precios hizo que productores de todo el mundo informaran ganancias récord), Aberdeen y el noreste de Escocia deberían estar en auge.
Sin secuestro, durante mi entrevista me mostraron un expresivo proporcionado aterrador que ilustra la confianza de la industria en la Plataforma Continental del Reino Unido (UKCS) frente a la confianza en el petróleo y el gas a nivel mundial.
Mientras que durante los últimos 20 abriles, la confianza neta en el UKCS ha reflejado en gran medida la del sector entero, en los últimos dos abriles ha habido una clara diferencia, con una confianza que se desploma aquí mientras que crece en el extranjero. Tanto es así que en un horizonte de cinco abriles, mientras que la confianza en el extranjero se sitúa en +50%, en el Reino Unido se hunde hasta -69%.
¿Por qué? La fresco inestabilidad fiscal, los impuestos punitivos sobre las ganancias extraordinarias (de los que los conservadores debemos responsabilizarnos) y la entorno negativa en torno a la inversión empresarial en petróleo y gas en Escocia (de la que el SNP debe hacerse cargo) se están viendo exacerbados por un Gobierno socialista cuyo eco-fanatismo hará que nuestra industria franquista de petróleo y gas prácticamente deje de existir.
Esto no sólo afectará económicamente al Reino Unido, ya que el sector se contraerá y proporcionará menos ingresos al Caudal, sino que debilitará nuestra seguridad energética y, en una ironía totalmente desconocida para nuestro nuevo Gobierno, obstaculizará nuestro alucinación en dirección a una combinación energética más limpia.
Puede que esto suene contradictorio, pero déjenme explicarlo. A nivel mundial, el año pasado Shell registró ganancias por 28.000 millones de dólares (22.000 millones de libras), pero sólo 1.400 millones de libras (es proponer, el 5%) en el Mar del Boreal.
El Mar del Boreal es una cuenca madura, por lo que las operaciones son más complicadas y más caras que en otros yacimientos. A esto se suma una restricción a las nuevas perforaciones y exploraciones propuesta por el nuevo Gobierno, un aumento del impuesto a las ganancias (Shell ya paga 500 millones de dólares sobre sus ganancias en el Reino Unido) y la matanza de las desgravaciones a la inversión que se introdujeron para fomentar el progreso en el Mar del Boreal a pesar de un régimen fiscal elevado (como el de Noruega).
Es muy practicable entender por qué las empresas energéticas –multinacionales con sedes en Houston, Riad o Abu Dhabi– miran al Reino Unido y concluyen que los costos superan los beneficios.
Harbour Energy y otras empresas ya lo han hecho: han escaso sus operaciones y su plantilla en el noreste de Escocia. El hacienda es móvil y se trasladará a cuencas y países con regímenes fiscales más favorables y estables y donde la exploración y la oquedad continúan y aumentan.
Pero para ver el cierto impacto agorero de estas decisiones, hay que mirar más allá de los productores. Es en la dependencia de suministro –esos cientos de empresas con sede en los alrededores de Aberdeen, que emplean a algunos de los trabajadores energéticos más cualificados del mundo y desarrollan algunas de las tecnologías más innovadoras para impulsar la transición– donde en realidad se sentirá el daño.
A medida que los productores reduzcan su presencia aquí, el trabajo para la dependencia de suministro con sede en el Reino Unido igualmente disminuirá. Las empresas con sede en Aberdeen ya están viendo que los negocios en el extranjero superan la demanda aquí en el Reino Unido. Mientras esto continúe, no hay cero que impida que esas empresas sigan los pasos de sus primos productores y se trasladen al extranjero.
Esto sería devastador para el noreste de Escocia en particular, dada la marcada reducción de los empleos de reincorporación cualificación y de los salarios elevados y de la inversión en la región, así como para el Reino Unido en universal. Se reconoce, incluso por parte del Comité de Cambio Climático, que dependeremos en parte de los combustibles fósiles para una parte significativa de nuestra matriz energética durante al menos los próximos 40 abriles.
Así que, evidentemente, tendremos que aumentar nuestras importaciones de estos combustibles vitales para sostener la electricidad encendida, lo que aumenta la exposición del Reino Unido a precios volátiles y regímenes inestables, y no hace error mirar muy allí para ver con qué presteza y operatividad se puede convertir el suministro de energía en un pertrechos.
Pero la longevo ironía de todo este cambio es el impacto agorero que tendrá en nuestra transición en dirección a una matriz energética más limpia, ya que son las mismas empresas que hoy producen, exploran, prestan servicios o abastecen a la industria del petróleo y el gas en el Mar del Boreal las que están invirtiendo en nuevas tecnologías limpias, construyendo nuevos parques eólicos marinos, desarrollando la captura de carbono y creando los empleos del mañana que nos llevarán a cero emisiones netas.
Si expulsamos a estas empresas del Reino Unido, sufriremos económicamente, dañaremos nuestra seguridad y afectaremos nuestro avance en dirección a un futuro más expedito.
El Reino Unido ha sido líder mundial en el progreso y la implementación de nuevas tecnologías energéticas. Hemos escaso nuestras emisiones en un 50%, la signo más rápida de cualquier nación del G20, al tiempo que hemos hecho crecer nuestra peculio. Hemos puesto fin al uso del carbón para la coexistentes de energía. Hemos construido los cinco parques eólicos marinos más grandes del mundo. Y todo esto lo hemos acabado gracias a las bases construidas por un sector de petróleo y gas rentable, exitoso y de origen almacén.
Abandonarlo, expulsarlo del país, arrojarlo a la pira del ecologismo simplemente porque es un buen eslogan o apacigua a los radicales en los que uno confía para tomar apoyo, es pensar a corto plazo y en una caja cerrada.
Es hora de que haya poco de realismo y de que se digan algunas verdades en este debate, ayer de que sea demasiado tarde.
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