En la ecorregión del Chaco en Argentina, zonas desforestadas dan paso al cultivo de soja, cuyo destino final son los puertos de Rosario y San Lorenzo, a orillas del río Paraná. Aquí, en las plantas procesadoras de grandes comerciantes internacionales, la soja se transforma en harina antes de ser cargada en buques con destino a Europa.

De acuerdo con datos del servicio de seguimiento MarineTraffic, desde 2019, varios barcos han estado navegando el Atlántico entre estos dos puertos argentinos y puertos en Italia y España.

Estos dos países ocupan, respectivamente, el primer y segundo lugar en Europa, y el quinto y sexto a nivel mundial, en importaciones de harina o torta de soja de Argentina y, a través de su comercio, también son responsables de la deforestación en el Chaco.

La expansión de la frontera agrícola para la producción de soja no solo ha transformado drásticamente el paisaje del Chaco, sino que también ha puesto en riesgo la biodiversidad única de esta región y ha afectado a las comunidades indígenas que la habitan. La deforestación descontrolada es impulsada por la demanda internacional de productos de soja, y las empresas europeas juegan un papel crucial en este proceso al no implementar políticas efectivas para garantizar que sus cadenas de suministro estén libres de deforestación.

Los impactos ambientales de esta deforestación son profundos. La pérdida de hábitats naturales amenaza a especies endémicas, altera ciclos hidrológicos y contribuye al cambio climático mediante la liberación de carbono almacenado en los bosques. Además, las comunidades locales, que dependen de estos ecosistemas para su subsistencia, se ven desplazadas y enfrentan crecientes desafíos para mantener sus modos de vida tradicionales.

A pesar de las advertencias de organizaciones ambientalistas y de los llamados a la acción por parte de grupos de derechos humanos, el flujo de soja desde las zonas desforestadas del Chaco hacia los mercados europeos continúa sin interrupciones significativas. Las políticas de sostenibilidad anunciadas por algunas de estas empresas europeas a menudo se quedan cortas en la práctica, y la falta de transparencia en las cadenas de suministro complica aún más los esfuerzos para abordar este problema.

La necesidad de un marco regulatorio más estricto en la Unión Europea que exija a las empresas demostrar que sus productos no contribuyen a la deforestación nunca ha sido más clara. Mientras tanto, la responsabilidad de elegir productos sostenibles recae también en los consumidores, quienes tienen el poder de influir en las prácticas de las empresas a través de sus decisiones de compra.

En resumen, la continua degradación de la ecorregión del Chaco a manos de la industria de la soja subraya la urgencia de adoptar medidas concretas para proteger los ecosistemas vulnerables y promover un modelo de desarrollo que sea verdaderamente sostenible y respetuoso con los derechos humanos y la biodiversidad.